La Organización Mundial de la Salud recomienda un consumo de agua por persona de 80 litros al día para cubrir las necesidades de nutrición, saneamiento e higiene. En A Coruña se gastan 130 litros. Es una cantidad «razonable», estima José Manuel Orejón, director técnico de la empresa pública Emalcsa, que gestiona el embalse de Cecebre y sus 22.000 millones de litros para dar suministro a cerca de 400.000 vecinos de la ciudad y el área metropolitana. Sin llegar al consumo responsable de Bilbao o Barcelona, donde apenas se rebasan los 100 litros por habitante (empujados en la capital catalana por las tarifas más altas de España), los coruñeses también han ido cerrando el grifo y en los últimos diez años han reducido el gasto en diez litros por persona y día. Oslo emplea 197. Lisboa, 159. España, de media, 142.
El agua dulce es escasa. El cambio climático y el aumento de la población alrededor de las ciudades agravarán la carestía de un bien imprescindible para la vida. El nivel del pantano de Cecebre se situó la pasada semana por debajo de la cota 20 con un volumen de agua embalsada del 45 % de su capacidad. La media de los últimos diez años en esta misma fecha supera el 63 %. «O normal sería que o río Mero deixara en Cecebre uns 1.000 litros por segundo. Está a deixar 300», detallaron fuentes de Emalcsa.
Pese a ello, y a diferencia de lo que ya ocurre en otras localidades de Galicia (de nuevo en llamas), la prealerta por sequía no traerá restricciones a corto plazo en A Coruña. «Bajar de la cota 26 empezaría a ser preocupante, pero antes habría muchos pasos que dar», responde Orejón ante el supuesto de un invierno como el pasado con precipitaciones tan bajas que no bastarían para reponer el embalse. Se limitarían los riesgos, los baldeos de calles y las fuentes. «Y quedaría un as en la manga -afirma el director técnico-, Meirama», el lago con el que Fenosa regeneró la extinta mina de lignito de As Encrobas, en la cabecera del río Barcés, afluente del Mero, y que Emalcsa aspira a gestionar en la que ya se conoce como «quinta concesión de Cecebre».
Se trata de un gigantesco almacén de 24.000 millones de litros de agua que en la práctica ya ofrece posibilidad de conexión al sistema mediante sifonamiento o bombeo, en caso de que una situación de emergencia lo requiriera. Existe un plan impulsado por el Gobierno de la Xunta, no obstante, para abordar la canalización desde As Encrobas hasta Cecebre -solo se ejecutó la primera fase- con una inversión de 10 millones de euros, que Emalcsa estaría dispuesta a compartir.
El Grupo de Enxeñería da Agua e do Medio Ambiente, Geama, de la Universidade da Coruña estudia el lago desde su creación. Monitorizaciones y miles de análisis han confirmado la calidad del recurso, de características muy similares a las que llegan a Cecebre. Emalcsa apuesta por la protección ambiental de As Encrobas -«un desafío igual o mayor que el aprovechamiento», opina José Manuel Orejón- para garantizar el suministro de los 34.000 millones de litros que consume cada año la creciente población del área metropolitana coruñesa.
Emalcsa investiga la turbiedad puntual para «entender el fenómeno científicamente»
La calidad del agua que mana de los grifos de la ciudad se encuentra entre las mejores de España. No tiene la dureza de las aguas del Mediterráneo, problemáticas en sales, pero en cambio es más agresiva con los metales, más oxidativa, a causa del terreno por el que discurre. «Todo es fruto del lugar y nuestra agua en origen es buena, de manera que hay que procurar no estropearla y, si se puede, mejorarla», explica el director técnico de Emalcsa, José Manuel Orejón. La compañía pública cuenta con un laboratorio propio que permite controlar el ciclo completo y atender las incidencias y el funcionamiento del sistema por encima de las exigencias normativas. Es el caso de los contaminantes emergentes derivados del consumo de medicamentos, insignificantes en Cecebre, o los misteriosos episodios de turbiedad que Emalcsa tiene georreferenciados por las llamadas de los usuarios: el agua marrón, que denuncian los vecinos y los técnicos de Emalcsa investigan para entender el fenómeno científicamente.
Ocurre en Canadá y en el Reino Unido, con aguas similares, y la calidad permanece intacta. «Cuando circula por la tubería, el agua deposita una micropelícula con sustancias características del suelo por el que discurrió. Cualquier cambio de velocidad o un desequilibrio en la presión puede alterarla. Nuestra red está muy interconectada. El agua puede llegar a correr en sentido contrario, parar si hay una rotura, volver a fluir… En esos cambios nace la turbiedad, y no porque entre tierra en el interior del tubo, como se teme, sino por partículas de la propia agua».